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Técnica: Exposición
Lugar: c/ Príncipe, 54 (Vigo)
Observaciones:
Paradigma de la modernnización, de la velocidad sofisticada y de un afán de eternidad, Japón revela una cultura interesada por el espacio en negativo y el cruce de estratos temporales. Japón vive expuesto al accidente y tal vez por ello esté tan dispuesto a correr, a asumir gestos que distorsionan su cultura al tiempo qu ele dan otra cara, que sofistican su fachada. De ahí que la violencia, por poner un ejemplo, nunca sea visible y que la ostentación derive en ejercicioi de estética permanente.
Asumiendo su natural idiosincrasia y estilo multimodal, el comisario Toshiharu Ito ha tratado de explorar desde diferentes puntos de vista esas significaciones en casi medio siglo y a través de dieciséis artistas conocidos, si bien algunos no hayan llegado a conformar una trayectoria internacional consistente.
Así, el viaje comienza con la figura de uno de estos ausentes en el discurso global, Taro Okamoto, quien también se preocupó de aprender el espíritu autóctono japonés en sus fotografías. A partir de imágenes y escritos Okamoto recupera los recuerdos protojaponeses y actúa como documentalista de su tiempo como lo harán posteriormente fotógrafos como Daido Moriyama y ákuma Nakahira, capaces de contradecir la tendencia de apagar el pasado y acelerar el futuro para trazar un ejercicio crítico a esa distorsión acelerada, de ahí la borrosidad del primero y la estrangulación dela perspectiva que los dos tornarán práctica formal. La vigencia indiscutible de su fotografía como comprometida memoria, como intuitiva recuperación de lo invisible, se podría ligar al ejercicio de congelación del tiempo que practica Hiroshi Sugimoto, cuestión mucho más visible en sus dioramas de museos o sus fotografías de salas de cine que en la obra aquí presente, Sea of Budha. Memoria y luz son clave en Sugimoto, com lo son en un menos interesante Hiroyuki Moriwaki, que busca la interacción física en relación a la visión que los japoneses tienen de lo natural, un déjà vu traducido a nuevas tecnologías.
Otros trabajos destacables en este relato breve son el de Yukata Sone, que deconstruye el recuerdo de lo vivido inventando lugares que funcionan a modo de desconcertante utopía; el parpadeo lumínico del Video de Takashi Ito; la original baca de Yayoi Kusama, más conocida por su trabajo en grandes instalaciones o sus net paintigs, la hiperrealidad digitalizada de la directora de cine Trinch T.Minh-ha; o la sátira a la citada aceleración que realiza en sus instalaciones Motohiko Odani.
La exposición, sin ser excesivamente brillante, supone una buena introducción, sobre todo, a la fotografía japonesa; aunque la intención del comisario de desarrollar las distintas direcciones y puntos de vista del arte en Japón de los últimos cincuenta años resulta indudablemente frustrada. Valga para ello citar algunas ausencias en el mundo de la pintura como la violencia pop y disimulada de Yoshimoto Nara, un ejemplo del cruce entre alta y baja cultura, la pintura diluída de Hiroshi Sugito o la experiencia expandida de Michael LIn; también las parodias publicitarias de Navin Rawanchaikul, la fusión de manga y opo de Takashi Murakami y, cómo no, las autorrepresentaciones futuristas de Mariko Mori. Demasiadas ausencias obvias para un afán retrospectivo significativo.