NIPPON-TOUR
fanart escrito por Karini
Karini
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"Japón, espíritus libres"
La sociedad japonesa está cansada de los roles tradicionales en el panorama laboral. Cada vez son más los jóvenes que aupestan por trabajos que les permitan disfrutar de más tiempo para ellos.

Un paseo por el pintoresco barrio de Shibuya, uno de los centros neurálgicos de Tokyo pone de manifiesto la bulliciosa actividad de una megápolis de casi treinta millones de personas, la más populosa del planeta. Unos cuantos metros más allá de las pantallas de televisión gigantes y de las luces de neón publicitarias que conforman el skyline de la ciudad, se encuetra Harajuku, barrio escaparate de las tendencias urbanas de las nuevas generaciones. Tanto éste como Shibuya o Roppongi, el distrito nocturno de moda, constituyen un inestimable aparador de quinceañeras teñidas de rubio y con variopintos atavíos que expresan el inconformismo de los más jóvenes en una sociedad que está cambiando más rápidamente de lo que uno percibe. Pero Shibuya y sus alrededores no solamente ejercen la función de escaparate de las nuevas tendencias juveniles, sino que atraen a toda una nueva generación de japoneses que, cansados de los roles sociales tradicionales, acuden en busca de diversión y entretenimiento entre los "pachinko", clubs nocturnos, snack bars y estruendosas salas de juegos de realidad virtual.

Recuperación económica
Más allá de estas estampoas, tantas veces comparadas con la película Blade Runner, Japón empieza a disfrutar de una recuperación económica en lo que parece ser la salida del largo túnel de la crisis que ha azotado al país desde hace más de una década. A pesar del malestar generalizado que existe en relación a la élite política, y en concreto al Partido Liberal Democrático, (en el gobierno, desde hace ás de 50 años) una nueva generación de japoneses empieza a volver a confiar en las posibilidades de este país.

Tomo, una joven que vive en un barrio obrero de Tokyo, afirma que el hastío generalizado por los políticos del mainstream japonés no impide recobrar cierta esperanza en un país que continúa siendo la segunda potencia económica del planeta, por delante de Alemania, Francia o la ascendente China. Después de una etapa de introspección sobre los valores del país y su lugar en el mundo de la posguerra fría, parece como si Japón despertase de su letargo, convencido de que va a ejercer un nuevo rol en el sistema internacional. Sobre su futuro y su posición en Asia, Tomo expresa una opinión compartida por muchos japoneses: "No sé cómo va a limar el Gobierno las asperezas con China, pero la interdependencia de sus economías hace necesario que nos entendamos si queremos ocupar una posición de primer orden en el panorama internacional".

Lo cierto es que Tomo, a pesar de su renovada confianza en el país, es uno de los más de cuatro millones de "espíritus libres" que habitan en Japón. El término freeter (del inglés "free"-"libre" y del alemán "arbeiter"-"trabjador") es utilizado por los medios para designar a un gran número de jóvenes que sólo acceden a trabajos temporales y que cambian constantemente de empleo. Tomo, después de una estancia de dos años en España y de dedicarse a actividades artísticas, decidió regresar a Japón y trabajar a media jornada como administrativa en una empresa del barrio de Shinjuku, en el corazón de Tokyo. "Esta vez decidí sacrificar parte de mi sueldo por tiempo para poder pintar, mi verdadera profesión". Como tantos otros japoneses de su edad, ha dejado de creer en el mito del sarariman o asalariado del Japón de la posguerra y ha decidido convertirse en un "espíritu libre".

El contexto de socialización de la generación nacida después de la guerra estuvo marcado por una política nacional encauzada a conseguir el objetivo de alcanzar a Occidente, es decir, superar el nivel de desarrollo económico y tecnológico del bloque que les derrotó en la II Guerra Mundial. Para ello, la "generación del sarariman" basó su éxito en función del estatus que uno adquiere según su posición ocupacional en la sociedad. Bastaba con encontrar un trabajo de por vida en una kaisha o empresa japonesa, donde promocionarse dedicándole muchas horas.

Como afirma Harada Yoheu, de la Universidad de Keio, en los últimos años y en una época de apatía continuada, el mito del sarariman como historia de éxito ha muerto. "En su lugar, muchos japoneses han decidido no seguir los pasos de sus padres y apostar por trabajos más creativos, menos estables y con los que disponer de más tiempo para sus quehaceres personales". La generación de la prosperidad intenta distanciarse de la ética del trabajo de antaño, piedra angular del milagro económico japonés de la década de los 60, y empieza a optar por los trabajos katakana, en alusión a uno de los alfabetos japoneses y que se utiliza fundamentalmente para escribir las palabras extranjeras. Prefieren emplearse como editores, diseñadores gráficos, janaristo(periodista), sutaristo(estilista) o dizaina(diseñador); palabras importadas del inglés pero que se escriben en katakana, algo que para el oído japonés suena más moderno e internacional. Para otros, como Tomo, es una opción que les da libertad y les aleja de las obligaciones del modelo del asalariado que siguió a la posguerra.

El distanciamiento social de los NEET
Pero mientras el fenómeno de los freeter afecta a Japón dese hace ya unos años, últimamente el término NEET (Not Employment nor Education nor Training; es decir, ni educación, ni empleo ni formación) se emplea cada vez más entre los sociólogos japoneses para designar a un grupo generacional que no posee trabajo de ningún tipo. Genda Yuji, uno de los máximos psiquiatras expertos en el fenómeno de los hikikomoro (jóvenes que se aíslan en sus habitaciones durante largas etapas), estima que existen más de 400.000 jóvenes entre 18 y 35 años que no realizan ningún tipo de actividad laboral o de formación, por lo que se empieza a tratar este tema como un distanciamiento de las nuevas generaciones de la estructura social básica.

Aunque para la dankai no sedai (la generación del "baby boom" posterior a la guerra) este tipo de comportamiento se debe a una búsqueda de una vida más hedonista y a un desinterés generalizado por encontrar un traabjo seguro, Genda afirma que "el problema no es que no quieran traabjar, sino que no pueden". Al contrario de lo que pasa en otros países como el Reino Unido, donde los NEET pertenecen a las clases más modestas, en Japón no existe una percepción de clase entre los NEET o los freeter y es algo a lo que toda la población está expuesta. Como en Europa, la brecha entre los insiders (aquelos con trabajos permanentes, altos sueldos y pensiones garantizadas) y los outsiders (quienes, por lo contrario, no tienen estos beneficios) está creciendo cada vez más, produciendo la sensación de que la estabilidad laboral pertenece al pasado.

Para los que han decidido ingresar en una organización emrpesarial clásica, tras un período de formación en una de las numerosas universidades del país, no les va a ser fácil conciliar su vida laboral con la familiar. Kondo Atsushi, licenciado en Derecho e nuna prestigiosa universidad de Tokyo, trabaja en una empresa situada en Ginza, el barrio más exclusivo de Tokyo, en una jornada laboral que dura desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la noche. "A mi esposa Aki y a mí no nos resulta fácil encontrar un poco de tiempo para pasar juntos con nuestra pequeña Akari", comenta.

Como muchas japonesas, Aki ha dejado de trabajar para dedicarse en exclusiva a la educación del recién nacido. Sin duda, la economía japonesa no funcionaría correctamente sin las mujeres, que en el año 2000 representaban el 40% del total de la fuerza laboral.

Como afirma Sugimoto Yoshio, experto en sociología japonesa: "n su ciclo de vida, una mujer debe hacer frente a tres decisiones en tres tiempos diferentes: ante el matrimonio, ante la ampliación de su familia, y ante el ingreso de sus hijos en la escuela". El comportamiento de las nuevas generaciones, que han retardado la edad de matrimonio y de fecundidad de forma considerable, muestra lo que para muchos no es un secreto: la mujer japonesa no teme tener hijos, sino al matrimonio. Tan solo una cuarta parte de las japonesas decide continuar trabjando tras los primeros meses del matrimonio, mientras que el resto abandonará temporalmente sus carreras profesionales para ingresar en el mercado laboral de nuevo al cabo de unos años. Es lo que los economistas llaman la "Curva M", que empezó a emerger en Japón con la consolidación de su economía en los 70.

Envejecimiento de la población
Dentro de unos años, la joven Akari se va a encontrar con un problema al que Japón, como tantos otros países occidentales, debe hacer frente: el envejecimiento de su población. Con una esperanza de vida de 78,64 años para los varones y 85,59 años para las mujeres, ningún otro país del mundo posee una población con unas expectativas de vida parecidas. Según previsiones oficiales, en el año 2050, más de un 35% de la población va a ser mayor de 65 años, algo que el sistema de pensiones prevé imposible de mantener.

Si para pagar las pensiones de un anciano el Estado debe repartir los costes entre cuatro trabajadores, en 2050 sólo dispondrá de poco más de una persona para soportar la carga de mantener a un jubilado.

Una de las soluciones esgrimidas por algunos políticos al problema de las pensiones y al del envejecimiento pasa por aceptar una inmigración que en Japón hasta hace pocos años ha llegado con cuentagotas. El cambio en la ética de trabajo por parte de la juventud japonesa hace que cada vez sea más difícil encontrar trabajadores dispuestos a realizar determinadas tareas. Es lo que los expertos llaman los empleos de las tres kas: kitanai (sucio), kitsui (difícil) y kiken(peligroso); y gracias en parte a la inmigración, el mercado laboral japonés puede responder a esta demanda. En los últimos años, como afirma Sugimoto, cada vez son más los que aceptan la entrada de foráneos por su orientación cosmopolita y multicultural, y, sobre todo, por consideraciones pragmáticas: la economía japonesa requiere inmigrantes dispuestos a ocupar el segmento menos cualificado del mercado laboral.

Sea cual fuere el motivo, esta nueva oleada de inmigrantes representa una salida parcial a uno de los problemas que afronta esta sociedad inmersa en un proceso de transformación precipitado. La revolució tranquila del primer ministro Koizumi pretende hacer recobrar la ilusión a millones de ciudadanos que desean dejar atrás esta década sombría. Pero ninguna reforma política ni económica surtirá efecto estatal; sin un nuevo "contrato social" que aporte solucoines a esta shinjinrui o nueva generación de japoneses, Japón dificilmente conseguirá superar su crisis de identidad.
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