25-02-2006
Nuevos paisajes del terror japonés
Pocos fenómenos más destacados dentro del panorama del cine comercial de comienzos del siglo XXI que la irrupción en las salas de medio mundo del cine de terror japonés. Un fenómeno que no afecta únicamente a este género, sin duda el más popular, sino que pueden detectarse también en la creciente importancia, prestigio e influencia internacional de la animación nipona o en la recuperación, vía Hollywood y su poderosa maquinaria de adaptación y reciclaje, de la propia iconografía del cine de samuráis, yakuzas o artes marciales, con títulos como El último samurai o Kill Bill.
Este emergente orientalismo cinematográfico de comienzos de siglo responde a cuestiones de índole industrial y cultural. Todo parece apuntar a que en una época de indudable agotamiento de fórmulas (narrativas y estéticas) dentro de la producción cinematográfica occidental, Oriente, y Japón a la cabeza (aunque no conviene olvidar tampoco la enorme influencia del cine de Hong Kong), en su distancia, misterio y exotismo (para nuestros ojos) mezclados con una absoluta modernización tecnológica y una evidente vanguardia formal caracterizada por el absoluto eclecticismo, sientan las perfectas bases para el desarrollo de nuevos modelos de productos de consumo. Modelos que, paradójicamente, han integrado en sus estructuras audiovisuales las pautas del cine comercial norteamericano (muy especialmente su estética posmoderna) para reciclarlas y agitarlas en una gran coctelera de estilos, géneros y autores que, a tenor de lo visto, se mueven ya sin problema alguno en la gran autopista profesional que se ha trazado entre Tokio y Los Ángeles.
Es así como, por ejemplo, podremos ver dentro de poco la versión norteamericana que el propio Takashi Shimizu ha realizado en Hollywood, con producción y reparto íntegramente norteamericano (con la popular y televisiva Sarah Michelle Gellar y Bill Pullman al frente), de su exitosa La maldición, película que en Japón va ya por su tercera entrega.
De igual forma, Hideo Nakata, uno de los indiscutibles directores-estrella del género en su país, ha sido llamado también por Hollywood para dirigir el remake de su propia película The ring 2, tras una primera versión norteamericana dirigida por Gore Verbinski y protagonizada por Naomi Watts.
¿Qué de nuevo o de original tienen estas películas? ¿qué es lo que las hace tan atractivas al público (eminentemente adolescente) de medio mundo más allá de las fronteras japonesas? El nuevo cine de terror japonés, neo-kaidan o kaidan-pop como se le conoce popularmente, no nace de la nada. Sus esquemas argumentales y su estética proceden de una vieja tradición cinematográfica local que a su vez recogía historias antiguas de fantasmas, "llenas de espectros animales, espíritus enamorados o vengativos y mortales damas de las nieves" (Ángel Sala). Un título emblemático del cine japonés de los sesenta, El más allá (1964) de Masaki Kobayashi, exportaba internacionalmente a través de los festivales un auténtico festín de formas, color y puesta en escena del terror a partir de la compilación de varios relatos de fantasmas. De aquellos tiempos quedan sin duda las inevitables visitas de indeseables seres de ultratumba, los ecos lejanos de la conciencia intranquila, pero son muchos los nuevos elementos que, sobre esta tradición, se han ido incorporando hasta conformar el actual paisaje del terror nipón.
Para empezar, una indudable asimilación e influencia del cine norteamericano de género, ya totalmente integrado en el mainstream, muy especialmente a partir de los años setenta y ochenta (de El exorcista a La profecía, pasando por los Viernes 13 o Halloween varios) y desarrollado ya en plenitud en los noventa a través de la estética posmoderna, oscura y sucia del así llamado psycho-thriller (El silencio de los corderos, Seven y similares). Al mismo tiempo, resulta de vital importancia para la reformulación del género la aportación literaria de escritores como Rampo Edogawa o Koji Suzuki, autores de pulp de terror barato que desembarcarán en la industria de la mano de directores como Nakata u Okuyama. Son ellos y sus relatos manga los que están detrás de un título como The Ring, fenómeno sin parangón al rebufo del cual el género se ha multiplicado en infinidad de imitaciones, copias y plagios al tiempo en que se ha convertido en producto de exportación internacional de primer orden.
Igualmente determinantes en este nuevo paisaje del género son su tecnologización argumental, lo que da pie para interesantes interpretaciones alegóricas de sus historias, y el progresivo rejuvenecimiento de su target potencial de espectadores, a saber, buscando protagonistas más jóvenes e historias más urbanas y contemporáneas con las que la audiencia juvenil consumista pueda identificarse más fácilmente. Los nuevos fantasmas nipones acechan en internet como si de virus informáticos se tratara, se cuelan en las vidas de los adolescentes a través de sus teléfonos móviles o desde la pantalla del televisor, habitan en un espacio tan virtual como ellos mismos y resisten, como no podía ser otra forma, cualquier vía convencional de exterminio. Al menos hasta la siguiente secuela.
Este emergente orientalismo cinematográfico de comienzos de siglo responde a cuestiones de índole industrial y cultural. Todo parece apuntar a que en una época de indudable agotamiento de fórmulas (narrativas y estéticas) dentro de la producción cinematográfica occidental, Oriente, y Japón a la cabeza (aunque no conviene olvidar tampoco la enorme influencia del cine de Hong Kong), en su distancia, misterio y exotismo (para nuestros ojos) mezclados con una absoluta modernización tecnológica y una evidente vanguardia formal caracterizada por el absoluto eclecticismo, sientan las perfectas bases para el desarrollo de nuevos modelos de productos de consumo. Modelos que, paradójicamente, han integrado en sus estructuras audiovisuales las pautas del cine comercial norteamericano (muy especialmente su estética posmoderna) para reciclarlas y agitarlas en una gran coctelera de estilos, géneros y autores que, a tenor de lo visto, se mueven ya sin problema alguno en la gran autopista profesional que se ha trazado entre Tokio y Los Ángeles.
Es así como, por ejemplo, podremos ver dentro de poco la versión norteamericana que el propio Takashi Shimizu ha realizado en Hollywood, con producción y reparto íntegramente norteamericano (con la popular y televisiva Sarah Michelle Gellar y Bill Pullman al frente), de su exitosa La maldición, película que en Japón va ya por su tercera entrega.
De igual forma, Hideo Nakata, uno de los indiscutibles directores-estrella del género en su país, ha sido llamado también por Hollywood para dirigir el remake de su propia película The ring 2, tras una primera versión norteamericana dirigida por Gore Verbinski y protagonizada por Naomi Watts.
¿Qué de nuevo o de original tienen estas películas? ¿qué es lo que las hace tan atractivas al público (eminentemente adolescente) de medio mundo más allá de las fronteras japonesas? El nuevo cine de terror japonés, neo-kaidan o kaidan-pop como se le conoce popularmente, no nace de la nada. Sus esquemas argumentales y su estética proceden de una vieja tradición cinematográfica local que a su vez recogía historias antiguas de fantasmas, "llenas de espectros animales, espíritus enamorados o vengativos y mortales damas de las nieves" (Ángel Sala). Un título emblemático del cine japonés de los sesenta, El más allá (1964) de Masaki Kobayashi, exportaba internacionalmente a través de los festivales un auténtico festín de formas, color y puesta en escena del terror a partir de la compilación de varios relatos de fantasmas. De aquellos tiempos quedan sin duda las inevitables visitas de indeseables seres de ultratumba, los ecos lejanos de la conciencia intranquila, pero son muchos los nuevos elementos que, sobre esta tradición, se han ido incorporando hasta conformar el actual paisaje del terror nipón.
Para empezar, una indudable asimilación e influencia del cine norteamericano de género, ya totalmente integrado en el mainstream, muy especialmente a partir de los años setenta y ochenta (de El exorcista a La profecía, pasando por los Viernes 13 o Halloween varios) y desarrollado ya en plenitud en los noventa a través de la estética posmoderna, oscura y sucia del así llamado psycho-thriller (El silencio de los corderos, Seven y similares). Al mismo tiempo, resulta de vital importancia para la reformulación del género la aportación literaria de escritores como Rampo Edogawa o Koji Suzuki, autores de pulp de terror barato que desembarcarán en la industria de la mano de directores como Nakata u Okuyama. Son ellos y sus relatos manga los que están detrás de un título como The Ring, fenómeno sin parangón al rebufo del cual el género se ha multiplicado en infinidad de imitaciones, copias y plagios al tiempo en que se ha convertido en producto de exportación internacional de primer orden.
Igualmente determinantes en este nuevo paisaje del género son su tecnologización argumental, lo que da pie para interesantes interpretaciones alegóricas de sus historias, y el progresivo rejuvenecimiento de su target potencial de espectadores, a saber, buscando protagonistas más jóvenes e historias más urbanas y contemporáneas con las que la audiencia juvenil consumista pueda identificarse más fácilmente. Los nuevos fantasmas nipones acechan en internet como si de virus informáticos se tratara, se cuelan en las vidas de los adolescentes a través de sus teléfonos móviles o desde la pantalla del televisor, habitan en un espacio tan virtual como ellos mismos y resisten, como no podía ser otra forma, cualquier vía convencional de exterminio. Al menos hasta la siguiente secuela.