NIPPON-TOUR
fanart escrito por Luisinho
Luisinho
22-09-2005
El Último Haiku
Este artículo es un relato ambientado en el Japón del siglo XIX escrito por José Manuel y que nos ha enviado para que lo publiquemos, desde luego que merece la pena leerlo... Muchas Gracias José Manuel por tu aportación a Nippon-Tour.

Aquellos que desean cambiar el mundo
de acuerdo con sus deseos
nunca tienen éxito.
Lao Tse (Tao Te King)



I

Desde aquella montaña nevada sus ojos oscuros observaban el cielo y la lluvia, la lenta lluvia. Yoshio, a lo lejos, se acercaba hacia su amada Sawako, bella y distante por un viento que imprimía en su rostro silenciosos paisajes de añoranza. Al fin, juntos, cesó la lluvia y de improviso un radiante sol se puso, como fervoroso espectador de aquella magia unívoca del reencuentro.

Yoshio despidió su larga soledad con un abrazo infinito a Sawako.

Entre lágrimas y felicidad ella le habló del tiempo perdido, de los libros que pudo leer y de aquellos que, abatida, cerró en su aflicción, por la perspectiva de un destino imposible sin él. El joven poeta Yoshio había vuelto pero tendría que marcharse pronto. Regresar para despedirse nuevamente de Sawako iba a significar, pensó ahora al saberla tan renacida, un error injusto y determinante, una semilla de pesadumbre brotando en la sequía de un nuevo desencuentro, más intenso y duradero.

II

El sol de la mañana continuaba desplegando la felicidad que parecía haberse disuelto de sus rostros durante tantos meses. Cuando llegaron a casa de Sawako, su padre recogía la nieve del jardín para cubrir con ella la lumbre ya casi en ascuas que tantas noches sirvió a Sawako para apaciguar el frío dolor de su alma, allí había dormido hasta el gélido alba con un libro de poesía bajo el brazo, allí leyó por primera vez a Matsuo Bhasô y a Tan Taigi.

Su padre era el poeta del emperador de Japón, se llamaba Takeshi y fue el maestro de Yoshio, destinado a ser su sucesor y nuevo poeta del emperador Mitsu-Hito.

Sawako se enamoró de Yoshio en el primer momento que sus miradas se cruzaron, cuando lo trajo su padre para enseñarle el arte del haiku y de la caligrafía. Ambos tenían trece años y su amor se consumó cuando cumplieron los quince, durantes dos años jugaron a mirarse, a enviarse cartas y poemas, a bañarse juntos en el río, a seducirse mientras preparaban sushi para las habituales cenas que organizaba el padre de Sawako con los poetas más famosos y valorados de Japón.

Una tarde de agosto de 1867 Yoshio se presentó en el estudio del maestro Takeshi.

-Maestro Takeshi, usted me ha enseñado a expresar con la poesía la belleza del mundo, me ha enseñado a amar lo bello y por eso estoy enamorado de su hija.- Así se lo dijo, sin ningún rodeo, lleno de valentía y firmeza. El maestro dejó lentamente sobre la mesa su pincel y miró a Yoshio con una suave sonrisa.

-Querido Yoshio, ya lo sabía, lo supe cuando leí tus primeros haikus escritos en esta casa. Al fin me lo has dicho.- El joven poeta quedó completamente turbado, su valentía y firmeza iniciales se disiparon como la ceniza con el viento de un tifón y no podía articular ninguna palabra coherente. Tras unos larguísimos segundos se decidió a hablar.

-Lamento no habérselo confesado antes, temía por su reacción, ya que soy su invitado y tal vez juzgase poco honorable por mi parte amar a su hija, después de que ha sido como una hermana para mí y usted como un padre.

-No te preocupes, el Tao dice que la naturaleza es eterna debido a que carece de conciencia de sí misma. El amor forma parte de la naturaleza de los hombres y nadie lo puede controlar. Puedes irte Yoshio, ahora déjame seguir trabajando.- El maestro siempre decía lo esencial en cada situación, como el Tao, nunca pronunciaba una palabra de más ni una de menos.

III

Durante ese verano Yoshio y Sawako se sentían incómodos ante la presencia de Takeshi. No obstante seguían viéndose a escondidas, solían ir al río, donde hicieron el amor por primera vez. Esa tarde eterna, como la naturaleza, fue cómplice de una verdad indestructible: la pasión que sentían mutuamente, comprendieron, les superaba así mismos. Empezaron a sentir un dolor inusual al pensar que algún día el destino les podría separar.

IV

El 4 de diciembre de cada año tenía lugar en casa del maestro Takeshi la cena oficial de los grandes poetas de Japón, esa noche Yoshio sería presentado a los demás poetas y tendría que recitarles los cuarenta haikus que serían enviados al emperador de Japón, si ellos lo estimaban oportuno. En caso de que Yoshio fuera aprobado en esa noche solemne, habría de marcharse por una temporada de dos años al palacio del emperador. Yoshio, sin embargo, no conocía ese extraordinario premio, que lo consagraría como poeta y le supondría ganar una considerable fortuna. Sawako, que tampoco conocía el premio, estaba tan ilusionada o incluso más que Yoshio. Estuvieron toda la tarde leyendo los haikus, corrigiendo algunas palabras y dando los últimos retoques antes de la presentación oficial. Takeshi, siendo fiel a la tradición, entró al estudio del joven poeta.

-Estimado Yoshio, hoy es el día más importante de tu vida. Hoy será recompensado tu valor como poeta si es que lo mereces. Yo creo que sí y me siento orgulloso de haber sido tu maestro.- Takeshi puso su mano en el hombro de Yoshio mientras Sawako les observaba impresionada por la grandeza de aquel momento trascendental. El viejo maestro entregó al joven poeta un bello cuaderno, amplio y luminoso. -En un cuaderno idéntico a éste, realizado por el artesano Ryôsuke Usui, escribí mi primer haiku. Le he pedido al nieto de Ryôsuke Usui que realizara otro especialmente para ti. Espero que estas hojas blancas recojan toda la belleza del mundo.- Tras pronunciar estas palabras Takeshi miró a su hija Sawako y le habló. –Querida hija, tú has sido la más grande inspiración de Yoshio, has de sentirte orgullosa de ello y no debes ser un obstáculo en el destino hacia la gloria que pronto habrá de emprender tu amado poeta. Recordad esto: Aquellos que desean cambiar el mundo de acuerdo con sus deseos nunca tienen éxito. Ahora preparaos para la cena, poneros ropa elegante y saludad a los otros poetas como os he enseñado.

Cuando Takeshi salió de la habitación el silencio que allí resplandecía fue oscureciéndose por momentos, los pensamientos de Yoshio y de Sawako estaban vacíos, blancos como el cuaderno forjado por el nieto de Ryôsuke Usui. De repente un pájaro se posó en la ventana y ambos lo miraron esperando el momento en que volviese a partir de la ventana hacia otro lugar que no podrían advertir en la vaga profundidad de la noche, en la que sucumbía el ya lejano atardecer. De pronto el pensamiento parecía caligrafiar algo, extrañas impresiones todavía inaprensibles: miedo, temor, fatalidad, dolor, incredulidad… De pronto entendieron y se reencontraron con aquel espanto que les amenazó en el río, la primera vez que hicieron el amor. Sintieron que aquello fue una premonición o acaso la tragedia inevitable de una historia de pasión y deseo, que ya conocían por una obra dramática de un escritor inglés sobre unos amantes de Verona, que encontraron en la biblioteca de Takeshi y que leyeron una noche cerca de la lumbre, cuando decidieron conocer aquel remoto continente llamado Europa a través de unos pocos libros que misteriosamente tenían, tal vez enviados por Andrew Stevenson, un exótico vendedor escocés de seda oriental que visitaba al maestro Takeshi cada vez que se acercaba a Japón. Sí, fue el silencio lo que contenía la inevitable pregunta que alguno de los dos habría de formular.

-¿Qué ha querido decir tu padre? ¿Por qué nos tenemos que separar?- Yoshio sabía que una afirmación de Takeshi era algo irrefutable y siempre marcaba el camino correcto, pero esta vez sentía que la dirección exigida truncaba sus verdaderas y únicas esperanzas. Sawako no contestó. Intentó controlar sus emociones, como enseña el Tao, pero no pudo impedir que las lágrimas diesen paso al reconocimiento inapelable de una tragedia.

V

Yoshio fue el último poeta del emperador de Japón. Tras dos años de estancia en su palacio volvió a su hogar en busca de Sawako. Sólo podría estar unos días con ella antes de volverse a marchar para terminar el libro de haikus más bello, dijeron después, que un poeta japonés había escrito jamás. Desde aquella montaña nevada sus ojos oscuros observaban el cielo y la lluvia, la lenta lluvia. Yoshio, a lo lejos, se acercaba hacia su amada Sawako, bella y distante por un viento que imprimía en su rostro silenciosos paisajes de melancolía. Sintió que la nieve era como aquellas páginas blancas dispuestas para el poema, sintió que Sawako era el poema, el color sobre el blanco, la belleza dando vida al horizonte nevado de su imaginación. Yoshio comprendió en la distancia, antes de abrazarla, que todos sus haikus no eran más que un vano intento por transcribir aquella realidad irrepetible, aquel amor infinitamente redescubierto por la dulce y amarga nostalgia de sus días solitarios en el palacio.

Yoshio volvió a marcharse, pávido y solo. Se despidieron en aquella montaña, donde juraron volver a encontrarse el mismo día y a la misma hora dentro de cuatro años. Juraron que ese reencuentro futuro sería el último, el principio de una unión eterna. Juraron que nada les separaría otra vez.

VI

Y allí estaba Yoshio, cuatro años después, en la montaña nevada, donde no vio a Sawako imprimiendo en la blancura de la nada el ritmo y la forma de la belleza. Se sentó junto a un árbol a esperar.

Pasó una hora, dos horas, tres horas, un día, una semana.

Yoshio, desesperado y al borde de la inanición sacó su pincel y la tinta negra. Si Sawako no regresaba él moriría, incapaz de levantarse, sujetado por el peso de una ausencia insoportable. Escribiría su último haiku, aquel que revelase a la misma Sawako, para así poder morir junto a ella. Ese haiku calcaría la esencia de su amada, algo para lo que Yoshio se había esforzado por lograr durante toda su vida y ahora que presentía no volver a verla el secreto sublime de su destino poético estaba más cerca que nunca de ser descifrado. Sin embargo sólo deseaba que fuese Sawako quien leyese aquellos versos.

Aquel último haiku fue caligrafiado sobre la nieve.

El maestro Takeshi prohibió a su hija asistir a su reencuentro con Yoshio. El viejo maestro pensaba que la gloria de un poeta se hallaba lejos de la felicidad carnal. Para Takeshi la inspiración surge de la soledad y del dolor. Sólo de esa manera, amando a Sawako desde la ausencia física, Yoshio llegaría a crear por necesidad una belleza similar en sus haikus, en la búsqueda, en el anhelo constante de un amor -que por no ceder al olvido- habría de ser reavivado en el poema. Y luego, pensaba el maestro, una vez superados dolor y deseo, el poeta alcanzaría la indudable sabiduría que proporciona la experiencia a través del conocimiento de sus propias pasiones.

-No olvides esto Sawako - le repetía su padre- lo que se mira pero no puede ser visto está más allá de la forma. Pero un día Sawako, profundamente desalentada, se atrevió a contestar a su padre.
-Querido padre, el Tao es la sustancia de todas las cosas pero no somete ninguna a control. ¿Por qué antepones la gloria de una profesión a la felicidad de nuestras vidas? ¿Por qué niegas la realidad del amor si la nombras en todos tus poemas? ¿Por qué controlas nuestra libertad cuando ésta se basa en el ejercicio del más bello sentimiento que pueda ofrecer la vida?- Takeshi no le respondió, se quedó pensativo y se encerró –con sus pensamientos- en la habitación donde había escrito sus más admirables poemas.

Sawako logró salir a escondidas de su casa hacia la montaña nevada. Cuando llegó supo que Yoshio había muerto, estaba tendido en el suelo sujetando todavía el pincel, con los ojos abiertos, con la mirada inmóvil y fija en aquellas palabras últimas escritas sobre la nieve. La joven amante del poeta cayó exhausta sobre él, como si una flecha la hubiera derribado, abrazándolo con la esperanza de que el calor de su cuerpo lo reanimase. Después leyó el haiku, y comprendió, como si se mirara en un espejo, que esas palabras la reflejaban. Así que las cubrió con nieve y las borró para siempre diciendo una frase entre lágrimas: Nosotros somos el verdadero poema, moriré contigo como la tinta de estos versos se ha perdido en la nieve. Seremos cubiertos por la blanca nada. Moriremos como este haiku, bello y misterioso, que ya no podrá ser leído.

Sawako bebió el frasco de tinta negra que halló en el bolsillo del pantalón de Yoshio.

De pronto Yoshio, que sólo se había desmayado, se despertó junto a ella y por un instante pensó que aquel haiku perfecto copió la materia de su verdadera Sawako. Pero pronto descubrió, al ver estelas de tinta sobre sus labios, que era ella envenenada por una fulminante confusión. Yoshio besó sus labios por última vez e ingirió –lleno de dicha por sostener a Sawako entre sus brazos- el resto de tinta negra que quedaba.

La nieve cubrió sus cuerpos y nunca más –salvo en los libros- se supo de ellos.



José Manuel Martínez Sánchez

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